Mi pueblo tenía una estación de tren. Cuando el sol suavemente acariciaba los almendros en flor, y las amapolas y margaritas adornaban las cunetas, llegábamos hasta allí en bicicleta. Se divisa a lo lejos la silueta serpenteante entre los campos verdes de trigo y de centeno, entre centenarios olivares y jóvenes viñas. Jugábamos a ser mayores, a subirnos a cualquier vagón, a soñar. Hoy intento regresar. Ya no hay parada. Trenes modernos pasan de largo entre los grises polígonos industriales...
martes, 3 de marzo de 2015
LA ESTACIÓN DE LA VIDA
Mi pueblo tenía una estación de tren. Cuando el sol suavemente acariciaba los almendros en flor, y las amapolas y margaritas adornaban las cunetas, llegábamos hasta allí en bicicleta. Se divisa a lo lejos la silueta serpenteante entre los campos verdes de trigo y de centeno, entre centenarios olivares y jóvenes viñas. Jugábamos a ser mayores, a subirnos a cualquier vagón, a soñar. Hoy intento regresar. Ya no hay parada. Trenes modernos pasan de largo entre los grises polígonos industriales...
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Pero en ese pueblo, no hay vía muerta, lo que pasa es que pasó el tiempo y avanzó la tecnología. Un apunte con olor a nostalgia y duelo muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo
Efectivamente Albada, a los sueños que se fueron en cada tren, al regreso tal vez frustrado, a la realidad de que la estación sigue existiendo pero sin parada y rodeada de naves industriales. Gracias por seguir ahí!
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