Cuando, como cada tarde, regrese su padre, irá corriendo a su encuentro, le dará un beso en la mejilla, hurgará en los bolsillos de la chaqueta y unos caramelos traviesos jugarán al escondite por las entretelas de sus deditos. Una sonrisa iluminará su carita y al padre se le alumbrará el alma velada por el transcurrir monótono en la fábrica. Acontecerá como siempre, como cada tarde, si no fuera porque ese día un descuido en el trabajo, un incidente fatídico, enredará los hilos del caprichoso destino.
Duro, Pilar, muy duro.
ResponderEliminarHas apostado por una historia que genera dolor. Quizás -o sin quizás- de las que más dolor generan. El sufrimiento de un niño siempre conmueve.
Gran trabajo.
Un abrazo.
Gracias Pedro. El dolor que dejo intuir en el relato es el que forjara el carácter y destino de la niña, conmovedor como tu dices.
EliminarAbrazos!
Los hilos de destino, siempre por enredarse para fabricar la cuerda que tejerá un principio o un final. O un cambio de registro.
ResponderEliminarTriste final en la mano buscadora de caramelos. Pero no sabemos qué nuevos hallazgos bellos encontrará en su devenir por forros y bolsillos.
Un abrazo.
Exactamente, las experiencias, y tal vez más aún, las dolorosa, fraguan nuevos destinos que nos hacen más valientes ante las adversidades.
EliminarAbrazos Albada!
Crudo e intenso micro, muy bien llevaod adelante.
ResponderEliminarMe encantó.
Saludos.
Gracias Juanito. La intensidad del dolor es algo que nos marca en todos los sentidos.
EliminarUn saludo!
auch, un final inesperado y hasta cruel, diría
ResponderEliminarun beso
Cruel e inesperado como las sorpresas que la vida, a veces, se encarga de desvelar.
EliminarBesos!