Las luces y la música me aturdían. Me alejaba de ellos. Me sentía
perdida. A cada vuelta, sonrientes me aplaudían y me volvían a decir
adiós con la mano. Yo giraba y giraba. Feliz me dejé llevar en mi
caballito alado. Disfruté lo que la vida me regaló y aprendí la
enseñanza de los errores. Ahora, cuando retorno, no encuentro sus
sonrisas, sus aplausos, sus adioses. Sin embargo, en cada giro, el
carrusel de la vida me devuelve, el recuerdo agradecido.
El caballo negro y reluciente, brioso y con su palo de sube y baja, nos ha hecho transitar por los adioses, por los caminos, para seguir estando plantados en el mismo lugar de un carrusel que emite música rítmica y gozosa.
ResponderEliminarNo deja de ser la vida como un carrusel, aun si nos trasladamos a menudo de morada.
Me gustó. Un abrazo