Desde que lo leyó en alguno de los libros de autoayuda que últimamente devoraba, no dejaba de repetirlo continuamente. Incluso lo escribió en vistosos letreros que dispuso por varios sitios de la casa: al lado del mando de televisión, en la mesilla de noche, pegado en la puerta de salida a la calle. Igualmente había copiado: los pensamientos se convierten en palabras, las palabras en acciones, las acciones en hábitos, los hábitos en carácter. ¡Y cuidado!, el carácter en destino.